miércoles, 13 de octubre de 2010

Reflexión

Espero a que llegue ese bus, ese que me hace ver durante veinte minutos cada día la vida que transcurre sin más ante mis ojos. Miro a mi alrededor y veo a una niña que no pasa de los dos años dándole patadas a la pared del autobus. Me giro y ese joven que se sienta cerca mío le manda mensajes seguramente a su novia, que le espera casi al final del trayecto. Aunque al llegar ella todabía no haya llegado, sigue esperando y mirando aver si la ve llegar para ir corriendo a darle un beso (como si fuese el Último!). Y que hay de aquel que a lo mejor llega de un duro día de trabajo, y cuando llega a casa le dan una de sus peores noticias, uno de sus amigos ha muerto de un ataque al corazón, corazón que hace apenas unas horas ha dejado de latir, para siempre, sin saber como ni porqué, así, sin previo aviso.
Esa pareja que se despedía en el portal, con el miedo de dos treceañeros a que los padres de ella bajen al portal por sorpresa y descubran su amor, o la pasión de ese beso que no tiene ninguna clase de sentimiento, que solo quiere pasar el rato.
Los dos amigos que van de regreso a casa, que venían del cine, de ver esa película que a lo mejor nisiquiera les ha gustado, o sí. ¿Y luego que? Llegan a su casa y sus familias les preguntan que tal ha ido la peli? Ellos responden bien, cenan y se van a dormir.
[A veces las personas también necesitan un ¡hola! ¿qué tal tu día?. Aunque no tenga nada de interesante]

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